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ISSN 1989-4163

NUMERO 23 - MAYO 2011

1916, Puntos en un Mapa. París

Jesús Zomeño

            Mi esposa me es infiel, lo confiesa en sus cartas. Las leo una y otra vez, apenas me importa ya la sopa fría o el pan reblandecido por la lluvia, la muerte de mis amigos o el mal aspecto de la herida en mi pie. Doblo las hojas, las rompo en pedazos pequeños y aún así sigo leyendo lo que me cuenta, las letras me sangran en los ojos.

Sirve desde hace tres años en casa de Monsieur Lessien, el abogado de la Rue Marguerite. Él es impotente a causa del plomo de un medicamento que su difunta madre le diera en exceso y eso explica los extraños antojos que ahora le impone a mi esposa. Librepensador y pacifista, amigo de Jean Jaurès y de Gabriel Séailles, como si a ello tuviese que añadir la relación con la mujer de un soldado para acentuar más su desprecio a la guerra. No comparten confidencias ni proyectos, solo los caprichos de él, que son ocasionales pero cada vez más extravagantes. Los improvisa y los requiere a lo largo del día en cualquier momento.

Ella me cuenta que es gordo y con mucho vello, que suda y empapa la ropa y que le gusta abrir la ventana y asomarse desnudo con una camisola mientras ella le acaricia por debajo sentada en el suelo. Monsieur Lessien come carne guisada con patatas y las sobras se las da a ella para verla comer sin cubiertos, empapando el caldo y empujando las patatas con una rebanada de pan. Es un cerdo que se enciende cuando ella se descalza y friega la casa de rodillas mostrándole la planta sucia de los pies.
Él le ha prometido regalarle un mantel para que lo traiga a casa, se lo dice a menudo como si al repetirlo se excitase pensando en algo. Me obsesiona la simbología del mantel, se dirige a mí. Soy pobre pero yo no quiero que cubra mi mesa, no quiero poner mi alimento encima y al acabar recoger las migas. Pienso en ese mantel como una provocación para que la mate y la exponga sobre él y la devore. Yo la amé con locura desde que la vi en la lavandería de la rue Brochant donde trabajaba de planchadora. Le pedí que me planchase las manos para acariciarla y ella se rió. Ahora me repugna saber que le da de su boca a Monsieur Lessien una copa de oporto cada vez que él se lo pide, sentado en un sillón y abriendo mucho la boca porque no quiere rozar los labios de ella. Me atormenta imaginarla desnuda y atada a una silla porque a él le gusta tenerla a su lado de este modo mientras lee para sí algún libro de poesía.

Me cuenta que cuando sale de casa de Monsierur Lessien se siente extraña y que ha vuelto a frecuentar la taberna de Le Chemín de la Fortune para recomponer el equilibrio de su cuerpo después de tanta humillación. No tiene mucho tiempo, por eso cuando entra lo hace todo rápido y con mucha rabia. La conocen y la invitan a beber, entonces hunde sus pechos en el cubo de fregar el suelo de la taberna y le escuece la lejía en los pezones y se los ofrece a los borrachos para reírse de ellos. Me cuenta que los hombres no apartan la boca de sus pechos aunque les amargue la saliva y les queme la garganta. Hacen un círculo a su alrededor y ríen hasta que alguno termina vomitando entre toses y entonces el dueño se enfada y los echa a todos.

Escribe para contarme que en el edificio me es infiel con el vecino del segundo, el hombre anónimo al que no saludábamos nunca cuando nos cruzábamos con él por la escalera. Ese hombre feo que lloraba de noche porque se le habían muerto dos hijas pequeñas atropelladas por un taxi y cuya mujer había enloquecido gritando por la calle a los niños para que no fuesen cogidos de la mano. Es increíble que me cuente que ahora a él le gusta besarla en la boca para poder cerrar los ojos mientras lo hace. Los encuentros son en la escalera porque ella le exige que sea rápido. Conmigo era distinta porque se tomaba mucho tiempo, pasábamos las horas en la cama imaginando nubes en las manchas de humedad del techo hasta verlas crecer. Con él fornica por silencio. Le deja hacer pero el hombre es poco diestro y pone un empeño torpe, ni siquiera gime. Ella no experimenta gozo ni rechazo, ni siquiera lo abraza, pero siente un enorme silencio a su alrededor. Disfruta del vacío. De pronto él se separa y le dice que ya ha acabado, ella entonces le acaricia la cabeza como a un perro.

Me cuenta que en casa no recibe a nadie porque es el sitio que guarda para mi y que es solo por nostalgia a mi uniforme por lo que a veces acude a casa de Madame Dardaillón para ejercer de prostituta con los soldados y que tiene fama porque a los hombres los coloca desnudos en fila delante de la cama para que estén viendo a los que les preceden en el turno y para que así, cuando se echen sobre ella, estén ya excitados y les ocupe menos tiempo satisfacerse.

Me manda comida y botellas de coñac y un par de mudas blancas sin estrenar y mucho tabaco y además añade una bufanda que ha tejido ella misma a pesar de todo el dinero que está ganando.

Mi esposa me es infiel porque me ama aunque yo la odie. Ella sabe que van a matarme aquí en la guerra y que sufriré menos si ya no tengo motivos para seguir viviendo.

París

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Ilustración: Enrique Flores

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